Situado en un paisaje de gran belleza, sobre un acantilado con impresionantes vistas al mar, se plantó este jardín maravilloso, verdadera muestra del espíritu que informó el movimiento novecentista en Cataluña, del que Eugeni d'Ors fue el portavoz brillante.
Los jardines de Santa Clotilde, diseñados a la manera de los antiguos jardines, suaves y al mismo tiempo austeros, del Renacimiento italiano, fueron realizados por Nicolau Rubió i Tudurí a los veintiocho años, cuando aún estaba en plena efervescencia la admiración por su maestro en el arte de la jardinería, Forestier. Aquí Rubió olvida la lección hispanoárabe confundida entre las imágenes del jardín francés que le enseña Forestier a través de la colaboración en los jardines de Montjuïc, y se desplaza hacia la recuperación del espíritu renacentista italiano, como esencia de la modernidad.
Son los momentos en que florece una nueva burguesía, nostálgica del prestigio de que disfrutaba el mecenas durante el Renacimiento. En Santa Clotilde hubo una simbiosis entre el deseo del cliente (el marqués de Roviralta) y el conocimiento del artista, una dialéctica viva entre los dos personajes que favoreció la creación de esta obra de arte. Gracias a su perfecto estado de conservación aún hoy permanecen aquellas simetrías, concentraciones visuales, disposiciones de fondo, propias del jardín italiano del Cinquecento y del Seicento.
De esta manera el jardín adquiere autonomía formal respecto al paisaje y aparece lo que será una de las constante de la obra jardinera de Rubió: el entroncamiento del jardín con la naturaleza. A pesar de la autonomía total de formas de este jardín, unas agrupaciones arbóreas o a veces cortinas de árboles se fusionan con todo el paisaje que circunda el jardín; los ejes visuales fuertemente marcados, rigurosamente rectos, nos conducen hacia los distintos puntos de interés, al final de los cuales se encuentran elementos ornamentales, como estatuas o pequeñas fuentes que intentan romper en cierto modo la uniformidad del trazado.
Terrazas que se superponen, caminos que se cruzan, rampas y escaleras que conforman el trazado del jardín. Todo esto amenizado por el rumor incesante del agua. Aguas quietas en el estanque del ninfeo y agua a chorro en las múltiples fuentes y en los surtidores que forman una interminable galería de lluvia. Mar de fondo que envuelve el paisaje de un fuerte sabor salobre.
El jardín se nos aparece con mezclas de elementos extraídos de la Villa Medici, de la Villa Borghese o también quizás de los jardines Bóboli. Florencia era la fuente de inspiración del momento.
El espíritu del romanticismo está latente en todo el jardín, expresado mediante el busto de mármol que aparece confundido entre la viña virgen, contemplando el mar y de espaldas al espectador. Otra parodia deliciosa de aquel sentimiento romántico de sumergirse en la naturaleza, más próximo a un Leopardi que a su maestro C. D. Friedrich.
En estos jardines, que se empezaron a construir antes que la casa, destaca una colección de estatuas de mármol de estilo neoclásico, una colección de azulejos de Xavier Nogués, de tema lloretense, y las Sirenas de la escultora Maria Llimona.
Josep Pla, en su libro Guía de la Costa Brava afirma con contundencia:
Santa Clotilde es una explosión del Mediterráneo culto, clásico, ilustrado y romántico del siglo XX.
Las obras se iniciaron en el año 1919, por encargo del marqués de Roviralta, propietario de los terrenos en aquel momento. Ocupan una extensión de 26.830 m2.
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